Crónica de Gala de Presentación ‘Arquitectes de Capçalera’

pilotos

«Raval” es un vocablo de origen árabe (rabat) con el que se solía designar a los barrios extramuros, pero que también se usaba, por extensión, para referirse a lo extraño, a lo no propio, a todo aquello estrafalario y extravagante que tan bien encaja en la personalidad del barrio barcelonés. El Raval es un barrio de vecinos subidos a la fuerza a un tren en marcha, de forasteros en casa, de expatriados reunidos en una diversidad indecente y encantadora que apesta a ciudad, pero que arrastra, como toda comunidad desigual, severos problemas de habitabilidad de difícil (pero posible) solución. 

Dicho esto, leído en tono impersonal con voz de narrador del precio justo, encontramos a nuestros amigos los galos en su pequeña aldea en los márgenes de la Etsab, Arquitectes de Capçalera. AcDC es un taller surgido de Habitatge i Ciutat a golpe de riff de Ibon Bilbao, con el curso de proyectos de la ETSAB a la batería, marcando el ritmo, y dirigido por el cantante y compositor Pere Joan Ravetllat. El proyecto consiste en insuflar toneladas de rock con «Piso Piloto”, una propuesta de asesoramiento técnico para los vecinos que necesiten una opinión profesional en sus problemas de, como diría Lacasta, confortabilidad.

Para darse a conocer,  una exposición en el CCCB con sus principales propuestas abrió sus puertas el pasado jueves en una fiesta con dubstep de fondo (olvidaos ya de lo de Acdc, la música oficial de estos eventos es siempre la misma mierda electrónica) y demasiada cerveza gratis. Si queréis ir a verla, ahí está. Lo que no va a estar ahí, por desgracia, es la reunión exponencialmente influyente que se congregó para tal evento. Para los que no vivísteis esta experiencia extrasensorial a lomos de la new gauche divine va la siguiente review. Y para los que pululábais como yo entre estudiantes que quieren ser jóvenes arquitectos con prestigio y jóvenes arquitectos con prestigio que en realidad ya no son tan jóvenes pero quieren mantener la frescura de sus años mozos a base de vestuario fashion, también. Ah, y para los jóvenes que nacieron viejos. Un saludo, Jorge Vidal.

Llego a las ocho, y aunque hace media hora que el acto daba oficialmente comienzo, aquí hay pocos espaldas plateadas todavía. Es fácil reconocer a un espalda plateada en una fiesta de arquitectos: tiene más o menos esta pinta  y parece que está a punto de largarse del guateque desde que llega. Un buen espalda plateada nunca cierra un círculo de una conversación, sino que se coloca ligeramente orientado hacia afuera, dando un poco la espalda (plateada) al pobre contertulio de su derecha mientras habla con el de la izquierda, y viceversa. Veo que el cartel de la expo, y pienso en aprovechar para verla, que para eso he venido y para eso me pagan esos chicos tan majos de Mastersofconcrete. Parece que hay que bajar al sótano para subir al tercero en el clásico esquemita que haría que a Helio Piñón le subiera la tensión como cuando ve que se le va a caducar la versión de prueba de Sketch Up. Joder, Moritz gratis.

Doy el primer trago y pienso en el cuadro plástico tan sublime que surge al contemplar el reflejo del mar en esa fachada plegada, apoyado en la pared de piedra sin pensar en nada absolutamente interesante. Ojalá fuera un espalda plateada para poder hacerlo, para poder convocar a corrillos que comenten «fijáos, es ÉL». De la puerta de uno de los laterales comienzan a aparecer las caras conocidas. Para una persona que no visualiza lo que hay detrás de esa puerta (no he entrado nunca a ese edificio pero parece que no será hoy el primer día;  la exposición oficial está durante unos meses, la EXPOSICIÓN REAL está aquí fuera y es sólo hoy) se convierte en un portal dimensional conectado directamente con una sala de la Etsab en la que se han juntado todos los protagonistas a modo de créditos de una película. O mejor, es el momento  en el que finaliza una obra de teatro y salen todos a saludar, con el malo malísimo sonriendo de la mano del secundario que se ha cargado en el primer acto. La sensación es extrañamente morbosa, es el escalofrío de ver, de pronto, a Tyrion con Danaerys. ¿De qué hablarán tan sonrientes Sandra Bestraten y Jorge Vidal?

Estanislau Roca me pilla por banda y me pregunta qué tal me va todo, pero cuando voy a abrir la boca para responderle ya ha empezado una perorata sobre la diferencia de gálibo entre ciudades europeas, y tiene pinta de que va para largo. Me pillo otra cerveza y me lo tomo con calma. Hace dos horas que Josep Bohigas se está liando un cigarro, ¿será EL MISMO cigarro? Me está dando ganas de empezar a fumar. Por un momento creo que Estanislau me ha hecho una pregunta, me mira como expectante, pero no, falsa alarma, era retórica. Ahí sigue el tío. Aprovecho este segundo capítulo de «Gálibos por Europa» para echar un ojo alrededor. Adell está por ahí, me gustaría preguntarle si era él realmente el del anuncio de las luces y si el contrato incluía la patente para una nueva lampara «luz de cielo-color ojos de Jordi Adell». Unos minutos después me doy cuenta de que Estanislau se ha ido, probablemente satisecho de su ponencia, y pienso que ahora sí sería un buen momento para visitar la exposición, pero estoy demasiado cerca de la barra como para dejar pasar esta oportunidad.

Con la cerveza en la mano, me quedo mirando a otros jóvenes estudiantes, o a arquitectos recién licenciados, intentando adivinar cuál de ellos guardará en sus venas los genes plateados. A algunos se les ve desde lejos el ansia por conseguir el trono, pero ojo, es fácil quedarse a medio camino y clavarse un Mias. Es difícil parecer un arquitecto si vas con una puta mochila a una fiesta en el CCCB, así que esos descartados. Quedan los de ropa de lino, colores pastel, gafas viejas, pantalones sobre la cintura para ellas, sobre los tobillos para ellos. Hay demasiados para analizarlos a todos. Desisto. Leo un folleto en el que dice «Volem presentar-nos al Raval, durant les pròximes dues setmanes, com Arquitectes de Capçalera». ¿No son muy poco dos semanas? ¿Es esto realmente así? Si lo es, ¿el proyecto no corre el riesgo de convertirse en un fetiche para niños jugando al compromiso? ¿Cuántos días va a tardar en salir la publicación de todo esto para dar envidia de lo guay que es Barcelona? Ojalá pudiera subir a la exposición para adivinarlo, pero mi sed es mayor que mi integridad y prefiero lanzar mierda al descubierto y seguir bebiendo.

Veo de lejos a Ibon Bilbao y me acerco para charlar con él y recordar las risas que nos echábamos antes todos juntos. Empiezo decirle lo majo que es y lo bien que me cae, pero él no parece muy asertivo, solo me sonríe y asiente con la cabeza. Después de diez minutos recordándole anécdotas de clase y recibiendo únicamente asentimientos bobalicones a cambio me doy cuenta de que joder, que no es Ibon Bilbao. Ni siquiera se parece en nada a Ibon Bilbao, pero qué hostias, está escuchando mi historia como si no hubiera mañana, así que ahí sigo, y el tipo sigue diciéndome que sí a todo, y yo siendo cada vez más preciso con las anécdotas y él más efusivo con los asentimientos. Otra cerveza, que hace calor. Cuando el nivel de histrionismo de la escena se acerca a Harpo-Chico Marx le pregunto que qué tal, y me dice que bueno, mucho lío con lo de Guanyem, que tendrá que dejar la universidad si quiere ser concejal. Dos cervezas más, tengo sed.

El entusiasmo se va yendo con el sol y los ires y venires de los patriarcas me empiezan a aburrir. Igual es que de tanto beber me da pereza seguir mirando, pero tengo la impresión de que con cinco minutos allí ya hubiera tenido suficiente para captar la esencia y que esto ha sido todo el rato un bucle de charla-trago-charla que no tiene nada de excepcional. Quizá lo único en progresión imparable e infinita sea la borrachera de Juárez y Cirugeda, moviéndose cada vez con más aspavientos bajo la cara complacida del resto de Cuadrilla Coop: la última vez que les vi estaban encorvados apretándose la cara mutuamente mofándose vete tú a saber de qué.

Más allá de este fervor, inaudito por descolocado, poca cosa. Era una celebración, sí, pero una celebración contenida. Un sitio donde todo el mundo quiere ir pero no quedarse, en el que el disfrute se subordina a la dignidad, y la dignidad a la ortopédica actuación burguesa igualitarista. Imagino un repertorio de imágenes con los primeros planos de las caras de cada uno de los asistentes cada vez que un arquitecto bien considerado les estrecha la mano con indiferencia disimulada, acompañado de un leve seguimiento para interpretar la conversación mental que se esconde tras la mirada de lagarto de la mayoría de ellos. Un viaje a la mundanidad escondida tras los personajes hoy tan visiblemente felices que casi es mejor no conocer para no acabar llorando contra tu almohada esa noche de la misma forma que lo harán ellos. La descomposición de la jerarquía inmediatamente adquirida basada en reconocimientos recíprocos autocomplacientes…

El abuso en mis razonamientos de palabras innecesariamente complicadas y mal utilizadas y el susto al intentarme apoyar en la proyección de lo que unos metros más allá es la barandilla me alertan de que voy ciego y de que es hora de marcharme a casa. Aturdido, me largo con la sensación de que Piso Piloto es una buena iniciativa que espero que se afiance en el tiempo, donde la habilidad para incluirse en el asociacionismo del barrio será el factor diferencial entre el proyecto académico-publicación-bomboplatillesca y la utilidad práctica real, y de que debería haber cenado algo antes, de que me va a tocar pillar kebab y de que a ver dónde encuentro un WC por aquí para no tener que soltar todas las birras que llevo encima en la calle.

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